Por Lic. Cristian Modolo, GEPE* | El colofón de los desaciertos fiscales, monetarios y financieros de la gestión del gobierno del Ing. Mauricio Macri culminó con la firma de un acuerdo “Stand by” con el Fondo. Una asistencia crediticia de 36 meses y un monto aproximado de U$S 50.000 millones, representa más de 1000% de la cuota de Argentina en el patrimonio del FMI.
Descripto como un logro político ante la opinión pública, la noticia del inicio de conversaciones se dio el 8 de mayo en plena “tormenta” cambiaria y en los ambientes conocedores del paño se tradujo como el peor augurio.
¿Por qué volvimos al fondo?
Una primera y ligera respuesta lleva a considerar que es porque no hay otra instancia donde recurrir cuando se requiere asistencia financiera importante para “financiar planes de recalibración fiscal” –en el lenguaje PRO-, en magnitudes siderales y a un nivel de riesgo país que nos coloca fuera del mercado de crédito.
Cuando los mercados privados del exterior se cierran, cuando los mercados internos no alcanzan, la salida de emergencia indica el FMI. Países como Irak, Jamaica o Kenia, actualmente se encuentran enmarcados en la línea de préstamos tipo “Stand by” idéntico al que el país ha firmado.
¿Cuán importante es el monto comprometido?
En enero de 2006 el gobierno argentino, luego de reiniciar las negociaciones con los acreedores privados de la deuda defaulteada, decidió cancelar la totalidad del monto adeudado al FMI que ascendía a U$S9.800 millones, consecuencia del acuerdo stand by firmado en enero de 2003 en medio de la salida de la convertibilidad. Si tenemos presente que hoy este monto representaría unos u$s 13.000 millones, el actual pedido casi cuadriplica el stock cancelado 12 años atrás.
¿Qué implica la firma del actual stand by?
El actual acuerdo, que se haya incumplido, requería una primera revisión y desembolso a fines de septiembre -30/09/2018-. El monto a recibir eran unos u$s3.000 millones, que reforzaban los u$s15.000 ya enviados en el mes de junio, al momento de la aprobación. Las revisiones y desembolsos continuarían trimestralmente hasta el mes de marzo de 2021, dónde quedaría formalmente terminado el presente acuerdo de partes. Pero claro, como todo acuerdo de partes, exige una “contraparte”. Y eso consiste en que cada trimestre una delegación del FMI llegara al país (en otras épocas llegaron a alquilar una oficina permanente en Buenos Aires) para revisar los criterios comprometidos y luego informar al Directorio que apruebe -o no- el desembolso siguiente (unos u$s 3000 millones por cada revisión).
¿Son cumplibles las metas prefijadas?
Claramente no lo fueron. La prueba más contundente la dio el propio ejecutivo, cuando antes de la primera revisión tuvo que solicitar un “perdón”, puesto que no alcanzó las metas comprometidas ni los criterios de evaluación. Con un déficit primario desbordado (y maquillado con un cambio de gabinete), una inflación anualizada altísima y una variación en picada de las reservas internacionales respecto al momento inicial hicieron volar la primera instancia de control. Escasos 80 días bastaron para hacer incumplibles las metas comprometidas. A esto debe sumarse un parlamento que en 12 años se olvidó de aprobar un presupuesto a “medida del FMI” y funcionarios que carecen de experiencia negociadora con la burocracia de Washington.
¿Qué no está funcionando?
A primera vista, la actual gestión una vez más subestimó la realidad económica. La economía real acusó el gran golpe financiero que provocó la salida abrupta de capitales golondrinas luego del triunfo electoral de octubre de 2017.
Se preocuparon de las variables financieras. La salud monetaria. Pero desconocieron la reacción de las variables reales. Argentina es infinitamente más compleja que la CABA. La sensibilidad cambiaria, la conciencia “dolarizada” de la economía, la “extranjerización de las decisiones empresarias”, la dependencia de la matriz de insumos-productos de nuestra producción con el exterior, la informalidad laboral y económica, llevaron a reducir los recursos tributarios -en términos reales-, ajustar los precios de la canasta básica significativamente, y elevar fuertemente la demanda de gasto social.
La combinación de éstos elementos, puesto en un contexto externo, poco favorable -pero previsible desde hace mucho tiempo- hicieron eclosionar las variables económicas en poco tiempo: suba fuerte de la inflación interanual, devaluación abrupta del peso y elevación a las nubes de la tasa de interés. Todas aristas del mismo problema.
Los desequilibrios cambiarios -que en nuestro lenguaje significa “dólar barato”-, desajustes fiscales (no sólo por los subsidios sino por el descalabro producido en el Sistema de Seguridad Social post reparación histórica) y el desastre del pasivo contable del Banco Central Argentino hicieron y hacen, de cualquier “compromiso” una mera “expresión de deseo”.
Los acuerdos con el FMI nunca se dieron –ni se dan- en épocas de bonanzas. En todo caso se pagan en épocas de vacas gordas. Siempre llegan en circunstancias de vulnerabilidad, y sólo ayudan para que siga la dieta. Los acuerdos NO reactivan. NI es su función. Por lo que el gobierno debiera, de una vez por todas, sentarse a diseñar y explicar un programa económico integral que contemple la política fiscal, monetaria y de ingresos en forma conjunta y deje de fragmentar la realidad que lo único que garantiza es producir un fracaso tras otro.
*Presidente, Socio fundador del GEPE, y Ex Subsecretario de Ingresos Públicos de la Nación