Por Juan Amondarain * | En el año 1997 el politólogo italiano Giovanni Sartori escribió tal vez su obra más famosa, “Homo Videns”, sobre la sociedad teledirigida. El autor abordaba el papel que desempeñaban los multimedios y la televisión en el público, así como también las características de la opinión pública en las democracias representativas de hoy, fuertemente dirigidas por el mundo de las imágenes y de los sondeos de opinión.
Sartorio concluye sustituyendo las ideologías por el poder total que le concede a la televisión, no ya como un mero instrumentos, sino como un elemento que en sí y por sí mismo promueve e inspira los cambios en la sociedad, al modo como se concebían los efectos de los medios en su primera fase, en la que se les atribuía un gran poder, fruto de la experiencia vivida en la Segunda Guerra Mundial, en donde la opinión pública estaba totalmente manipulada y controlada por el estado.
Sin llegar a esos extremos, podríamos decir que la política está entrando en una etapa de “post política” transformándose en un show business donde las imágenes tienen un peso específico mayor a los argumentos. La dialéctica ha dejado de ser entre ideas para pasar a ser entre megapíxeles y likes. No importa qué se comunica sino cómo.
La política históricamente -con sus más y sus menos- siempre se basó en ideas, partidos y territorios. La post política, en cambio, se basa en imágenes, medios y redes sociales.
Esta situación ha llevado a un desconcierto importante en la clase política de cada país e incluso del mundo entero. Fenómenos como la alcaldesa de Roma, el alcalde de Londres o de San Pablo hasta la reciente elección de Donald Trump confirman que esta nueva situación avanza sin pedir permiso.
Todos estos personajes tienen un denominador común: se convirtieron en el atractivo para una serie de tensiones sociales fruto de una cadena de frustraciones que había en su electorado. Podríamos hablar del fruto de la bronca acumulada por mucha gente, no expresada y solo manifestada en las redes a través del anonimato. Algo así como la teoría del Espiral del Silencio de Noelle Neuman.
Cuando se repiten las excepciones, dejan de serlo y hay que entender cuál es el nuevo juego. Todos los episodios comparten un profundo sentido presuntamente irracional en donde gente vota sin conocimientos suficientes y basados en mentiras o exacerbaciones. Hay algunas notas que podemos identificar en ese juego.
La primera es la indolencia. Estamos constantemente atacados por estímulos virales y nuestro filtro de spam deja pasar cosas que aún no terminamos de entender por qué. A cualquiera que lleva años haciendo política puede enojarle el cambio, pero es preferible entenderlo, aceptarlo y actuar en consecuencia.
Por otro lado, necesitamos que un relato cierre en sí mismo, no que sea chequeado. La búsqueda entonces no es por lo verídico, sino por lo verosímil. La cáscara se ha vuelto el contenido y eso dificulta el modo de hacer política de Aristóteles para acá. Ya no se respeta el apotegema “la única verdad es la realidad” sino la percepción de esa realidad.
Por último, no sólo necesitamos que algo sea verosímil, sino que buscamos relatos que refuercen nuestro relato vital. Esto siempre fue así, siempre nos sentimos más cómodos con huellas que nos hacen sentir que nos explican nuestra visión del mundo o seguimos en los medios a periodistas que nos gustan, o sea, que compartan nuestra cosmogonía. Sin embargo, las redes sociales nos han reforzados esta sensación a niveles nueva antes conocidos generando un efecto de manada autoconvencida que genera el caldo necesario para que los trumpismos, brexistas, indignados puedan realizarse.
Hoy los políticos han dejado de ser protagonistas de la confección de la agenda pública haciendo de sus liderazgos una anécdota efímera de su vida. Medios tradicionales de comunicación y redes sociales imponen una agenda de la cual ellos son meros espectadores. Los roles han cambiado: los periodistas se han transformado en políticos y estos han devenido periodistas.
En las redes sociales, miles de ciudadanos -en forma anónima o personal- se autoconvocan para debatir los temas públicos, para aprobar o desaprobar medidas de gobiernos, sacar a personas de las listas de candidatos. Un ejemplo no menor fue el de un niño de doce años chateando mano a mano con un presidente. No marca debilidad del presidente, pero sí que las cosas han cambiado.
Estamos presenciando una comunidad política donde se imponen aquellos que gritan más fuerte más que aquellos que generen ideas más lúcidas o las argumenten mejor. Los argumentos están siendo sacrificados en el altar de la imagen.
Tal vez Twitter sea el emblema de esto. Todo trumpismo necesita del odio y la indignación para sustentarse. Uno de los responsables de la campaña del brexismo admitió que difundieron cualquier tipo de mentiras pues era mucho más fácil viralizar cosas negativas que positivas. De hecho está estudiado que el contenido negativo es 27 veces más viral que el contenido positivo sobre el mismo tema. Decir NO a la Paz, tiene una arga de haters e indignados mucho más fuerte que decir Sí. En cualquier intercambio de redes la polarización es consolidada gracias al mecanismo de retroalimentación.
Gracias a la alta carga viral de la indignación estamos yendo hacia cavernas lúgubres, en donde las posiciones más agresivas están apagando cada luz para dejarnos en la más peligrosa de las oscuridades.
Sin embargo, hay visos de esperanza en esta coyuntura. El General Perón decía que la política era para los jóvenes. De Juan Pablo II se decía que murió joven porque “joven es el que siempre tiene proyectos”. Un alto grado de exposición y desgaste van en sentido contrario a la fuerza con que la juventud cada tanto se rebela para cambiar las estructuras de las sociedades.
Es por esto que apostando por una dirigencia joven -no por edad sino por proyectos-saludable, sensata y formada hay una salida a la dinámica actual. Entender y acompañar a los jóvenes en un desafío para toda clase política que se precie de serlo. Ellos son el principal colectivo social de los cambios.
Tal vez nunca se vuelva a momentos de gran retórica y profundidad argumental, pero sí vuelva a pesar el sentido común por encima del marketing a la hora de hacer y pensar la política. Por mucho que avancen las nuevas tecnologías y los medios de comunicación nada podrá superar al diálogo y al mirar a los ojos transmitiendo mensajes claros que orientan a la acción.
Entender cómo Internet y los medios masivos de comunicación han reconfigurado la sociedad es uno de los presupuestos esenciales para formar nuevas generaciones de dirigentes que puedan pensar las sociedades no en función de coyunturas críticas sino de su destino último de bien común y progreso.
* Diputado provincial Buenos Aires