Por Anabel MACHADO y Paula GOMIKIAN. Integrantes de Juventud Movimiento XXI
La participación política entre los jóvenes no puede ser vinculada desde una perspectiva biológica, como tampoco a una predisposición natural. Debemos desterrar las posturas que remarcan tanto la apatía y el desinterés, como el compromiso y la rebeldía como rasgos distintivos de las juventudes.
Pensamos que la noción de “generación” resulta más adecuada. Una generación se configura cuando se tienen problemas en común, se suceden y se superponen y, además, en un mismo momento histórico pueden coexistir.
La consideración de los jóvenes como generación, nos permite abarcar un conjunto de relaciones sociales y políticas así como también los hitos socio-históricos que las marcaron.
Tras el retorno de la democracia podemos identificar cuatro etapas que, a nuestro parecer, resultan claves para precisar la aparición y el desarrollo de muchas experiencias políticas juveniles en nuestro país.
Un primer momento se inicia con la vuelta a la Democracia hasta el fin del gobierno de Raúl Alfonsín (1984–1989). Oportunidad para “restituir la política en su lugar”. En ese sentido, la “buena política”, ponía el foco en “el ciudadano”, cuyo acto político por excelencia era la participación electoral mientras que la representación política debía canalizarse a través de los partidos políticos.
La formación de la CONADEP y el Juicio a las Juntas, a la vez que evidenciaban el horror de la dictadura cívico militar, dotaron de legitimidad a la justicia republicana y constitucional. Este proceso conmovió especialmente a los jóvenes: la política de derechos humanos fue la elegida como su Bandera. Esto, entre otras cosas, explica la participación multitudinaria de jóvenes en las dos marchas convocadas por organismos de derechos humanos en 1985.
Una segunda etapa inicia en los años noventa (1989-2001). Este momento permite caracterizar los efectos nocivos de la ejecución de las políticas neoliberales en el ámbito social, político, educativo, laboral, económico, entre otros. Deja al descubierto las falencias de un sistema que se distanciaba de las opiniones de los ciudadanos y las instituciones políticas. La falta de credibilidad hacia los políticos y la baja estima hacia los procedimientos partidarios fue otra nota característica. Como respuesta al descontento social, comienzan a emerger modalidades de organización y participación política por fuera de las vías institucionales, creándose nuevos actores que canalizaban demandas, se movilizaban y defendían los derechos de los colectivos que representaban.
En este complejo escenario, se observa la aparición de colectivos juveniles que a partir de su inserción en organizaciones de derechos humanos, agrupaciones estudiantiles secundarias y universitarias, artísticas o periodísticas participan políticamente de modo activo, distanciados de actores más tradicionales como son los partidos políticos, sindicatos o la Iglesia, y organizándose a partir de vínculos horizontales, mecanismos asamblearios y de acción directa.
Este período estalló en 2001, dando inicio a la tercera etapa y a las consecuencias post crisis. Durante el transcurso del año 2001 se anunciaron múltiples recortes al sector universitario, de salud y docente, a los jubilados y trabajadores estatales, y a los planes de asistencia social. Estas medidas generaron una importante oleada de protestas y movilizaciones. Los jóvenes fueron protagonistas, tanto mediante su participación “espontánea” como en sus organizaciones (piqueteros, estudiantiles, civiles, etc.). La jornada del 19 y 20 de diciembre estuvo signada por saqueos y protestas en todo el país y fuertes focos de violencia y represión estatal. Ese escenario dejó el saldo de 33 muertos, de los cuales 27 tenían entre 13 y 30 años.
Luego de esta crisis, continuaron gestándose formas de política asamblearias, ancladas en la figura del “vecino” y unificadas en torno al rechazo hacia la clase política, cuyo principal reclamo giraba en torno al “que se vayan todos”.
Sin embargo, a partir del año 2002 en adelante, se produjo un proceso de “institucionalización” de los movimientos sociales, caracterizado, primero, por el surgimiento de diversas organizaciones de base territorial, y, segundo, por la incorporación de éstas a distintas instancias de la gestión estatal.
El Kirchnerismo, se caracterizó por poner el foco en la cuestión de la juventud como valiosa y esencial para el desarrollo de la política. Tanto es así que otros partidos políticos y/o coaliciones también han constituido sus “juventudes” casi de manera simultánea, como es el caso de Jóvenes Pro o la Juventud Socialista.
En una última instancia, el fenómeno descripto se consolidó, continuo y se manifiesta a través de la constitución de organizaciones sociales y políticas juveniles, caracterizadas por su descontento, oposición y rechazo a las políticas articuladas por el Gobierno actual. Esta oposición se ha exteriorizado, en especial, en nutridas marchas y reclamos vinculados a la reforma previsional, flexibilización laboral, paros sindicales, marchas en apoyo sobre la educación pública y la resistencia a un presupuesto restrictivo en materia de educación, salud, inversión pública, género, entre otras.
Lo descripto, curiosamente, se ve acompañado de una depreciación de la democracia como forma deseable de gobierno, que inicia en el año 2010 y tiene su correlato hasta la actualidad, en el ámbito local y Latinoamericano. Así, pasamos de un pico de apoyo a la forma de gobierno del 61% (2010) al 48% en el 2018.
Otro dato relevante, es la situación económica de las personas de “clase media baja”, quienes dan mayor respaldo a la democracia (51%) en tanto que el apoyo disminuye en los dos extremos de la pirámide económica, en la clase baja (43%) y en la alta (41%).
Aún hoy, la democracia no ha logrado superar las fuertes asimetrías en la distribución del ingreso, la corrupción en la clase política, la erradicación de la pobreza, no ha frenado el deterioro en materia de salud y educación pública ni ha permitido el acceso universal a la vivienda. Eso podría explicar el descrédito a este sistema.
Entendemos que la amenaza actual que enfrenta hoy la democracia no son los golpes militares, como los padecidos, sino los autoritarismos legitimados mediante elecciones populares. Por ello, el desafío de los jóvenes consiste en participar, afianzar, crear, construir y fortalecer instituciones idóneas para el desarrollo de un sistema democrático real.
Fuentes:
• “Informe Latinobarómetro 2018” Ver en: http://www.latinobarometro.org/lat.jsp
• “EL FIN DE LA TERCERA OLA DE DEMOCRACIAS” Marta Lagos. Ver en : http://www.latinobarometro.org/latdocs/Annus_Horribilis.pdf
• Observatorio Latinoamericano. Dossier Argentina. 30 Años de Democracia Ver en: http://www.riehr.com.ar/archivos/Boutiques/OL12-ossierArgentina._30anosdedemocracia.pdf