Por Oscar Lamberto | Abraham Lincoln definió la democracia como el “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. El concepto como sistema de gobierno se expandió por todo el planeta; no hay un único modelo, pero con distintos matices se acopló al desarrollo de la sociedad industrial, particularmente en el siglo XX.
La formas tradicionales del ejercicio del sistema democrático están en medio de grandes mutaciones que ponen en riesgo el sentido original del mismo.
La política hoy se desarrolla, más que nunca en la historia, en medios de comunicación y en redes sociales, donde compañías de comunicación construyen candidatos, generan imágenes, difunden noticias falsas, instalan quien puede y quien no pueden gobernar.
Todo esto cuesta mucho dinero. La primera contradicción con el pensamiento de Lincoln es que hemos pasado del gobierno del pueblo al gobierno del dinero. Es impensable participar en una campaña presidencial sin contar con cuantiosos recursos económicos.
La primera selección pasa por tener respaldo económico, la posibilidad de ganar es directamente proporcional al financiamiento, aunque por si solo no garantiza el triunfo y menos aún un buen gobierno.
Sincerar los financiamientos de las campañas electorales es imprescindible para depurar el sistema y además apuntar a la principal base de la corrupción pública.
Las modernas campañas electorales en todo el mundo son cada vez más costosas y más sucias, donde aparecieron las redes sociales como nuevo protagonista.
Con el retorno de la democracia, la novedad era la televisión, pero las campañas eran mucho más artesanales, con grandes movilizaciones y candidatos caminadores, la gente podía ver y tocar al candidato.
Los medios eran muchos menos, no existían las FM ni la televisión por cable, internet no había llegado por estos lugares, era la época de los actos pueblo por pueblo. Hoy se ve muy poco a los candidatos, a lo sumo alguna conferencia de prensa. Los actos han perdido el sentido, la política ha pasado a ser un hecho virtual.
Y es aquí donde se vende un candidato como un producto en el mercado. El objetivo es vender una imagen aunque el personaje tenga poco que ver con el hombre real. Recordamos la propaganda aquella que le hacían decir a Fernando de la Rua, “soy el enfermero de todos, el policía de todos”, nada más alejado de la verdad.
Pero era recién el comienzo: iban a llegar los globos amarillos, la más grande hazaña comunicacional donde se vendió como salvador de la patria a un candidato lleno de falencias que siguió confundiendo comunicar con gobernar. No es lo mismo comunicar los actos de gobierno, que comunicar ilusiones de gobernar.
Un rol protagónico en la comunicación cumplen las consultoras de encuestas y análisis de opinión, que de auxiliares de campañas han devenido en actores principales, cada vez cometen más yerros pero con mentiras proyectadas tratan de inducir al electorado.
Un ejército invisible trabaja en las campañas y en la comunicación gubernamental; a los tradicionales operadores de medios se le han agregado expertos en informática, militantes de redes, troles, difamadores seriales que ensucian rivales, destruyen honras. Todo vale para ganar.
El votante, como el comprador de gaseosa, es un cliente a conquistar, se ha transformado en un ser pasivo que ya no elige, opta por las ofertas del mercado, y en estas importa más el envase que el contenido.
Vale más la estética que la ideología, los vendedores de las modernas corporaciones se presentan con uniforme que identifican la marca, los candidatos que venden modernidad tienen que ser flacos, atléticos, descontracturados, no usar corbatas. Cuanto más ignorantes, más maleables para ser un candidato de diseño.
Esta nueva cadena de actores electorales es siempre rentada, los voluntarios militantes son personajes de museo, la fiscalización mercenaria es muy peligrosa para la integridad del comicio.
Si se observa la experiencia internacional, en nuestro país esto recién comienza. Un nuevo sistema político se está diseñando en el mundo, que tiene muy poco que ver con el modelo original.
La realidad virtual toma cada vez más la forma imaginada por George Orwell en su magistral obra “1984”. Nadie se escapa, los jóvenes no leen diarios, ni miran televisión: para ellos están las redes; nunca hubo tanta información en la historia, pero tampoco ha existido tanta información amañada y engañosa, que nos llevan a tomar decisiones que hasta contradicen legítimos intereses.
Las crisis económicas suelen sincerar la realidad. La comunicación no da de comer, no paga tarifas, no cubre expensas, pero tratará de vender un paraíso futuro, “vote que la felicidad está adelante”.
Estamos en un año electoral, veremos el despliegue de todo el aparato comunicacional para captar voluntades, evitar que voten al contrario. La lucha por el poder ha comenzado. Esta campaña será más virtual que nunca, los candidatos ya no actúan en vivo.
Hay un componente adicional: los dueños del poder y financistas de la comunicación están asustados, si sigue el gobierno actual temen la ruina, si vuelve el anterior temen la venganza. Quizás esta democracia virtual ponga en la cancha nuevos jugadores. Al fin y al cabo no todo tiene que ser blanco o negro, la comunicación también puede contar la realidad.