Por Eduardo Budiño* | A mediados del año 2015 la Universidad Católica Argentina (UCA), que resulta ser con su Observatorio Social la fuente más confiable en esta y otras materias sociales, indicaba que casi un 30% de la población Argentina era pobre. Estamos hablando de unas 12 millones de personas.
Para ello se tomaba como parámetro un ingreso menor de $5717 en el núcleo familiar.
No dudamos que hoy, un año más tarde, ha aumentado ostensiblemente el número de pobres y el ingreso mínimo determinante de ello es por lo menos un 100% mayor que la cifra arriba indicada. Sostenemos que el núcleo familiar tipo que tenga un ingreso menor a $12000, no satisface sus necesidades básicas de aceptable supervivencia.
Si analizamos de una forma objetiva las NBI (necesidades básicas insatisfechas), vemos que han variado significativamente en la concepción popular actual. Ya no alcanzan los componentes clásicos que la caracterizaban (salud, alimentación, educación y vivienda).
Los impactos informativos tecnológicos han creado “nuevas necesidades culturales”, que resultan de mayor “necesidad” que alguna de las clásicas NBI.
Este hecho, con características antinaturales, se viene desarrollando de una forma salvaje (se delinque para acceder a una prenda de vestir de moda o un teléfono móvil multifuncional, etc).
Estamos dejando de lado en este análisis el consumo de drogas y todas sus consecuencias. Solo estamos analizando a los no adictos, que actúan como adictos por el consumismo alienante y prestigiante del que son presas.
Nuestra historia de pobreza puede verse desde diversas épocas y ópticas. Hubo momentos de alto crecimiento del PBI y una Argentina Granero del Mundo, que tenía muy importantes áreas de pobreza y era debido, no a la falta de trabajo, sino a la falta de remuneraciones adecuadas y a la falta de beneficios y derechos sociales, tanto de la mano de obra nativa como la de los inmigrantes.
La explotación en el trabajo fue notable en el agro, lo que se tradujo en la reivindicación por medio del Estatuto del Peón de Campo. Tampoco iban a la zaga las explotaciones laborales en el ámbito de talleres, fábricas y servicios urbanos.
Con el advenimiento de Revolución del GOU de 1943 y la elevación de rango a Secretaría de Estado de la Autoridad regulatoria del trabajo y sus derechos, se transforma a muchos “pobres obreros y empleados” en una vigorosa clase media asalariada, que activa el mercado interno y hace florecer el comercio y su consecuente empleo.
Junto a ello, una industria liviana sustitutiva de la maltrecha industria europea (inglesa en especial) se desarrolla y consolida, registrando los mayores niveles de ocupación bien remunerada que se conocieran.
La pobreza está prácticamente localizada solamente en algunas alejadas provincias del Norte, y se debe más a razones culturales y al aprovechamiento de algunos sectores que resistían darle justicia social a sus esclavizados dependientes.
Podemos afirmar que ni la caída del Peronismo ni la persecución de los gremialistas identificados con sus postulados, pudo detener el impulso del trabajo y sus derechos. Así, aún en la década de 1960, no había aumentado la pobreza y no había disminuido el trabajo (en general).
El desempleo y la pobreza aumentaron exponencialmente en nuestro país por dos razones centrales: la apertura del mercado que Martínez de Hoz realiza durante el Proceso Militar que se inicia en 1976 y la irrupción de la tecnología que se registra en la producción luego del Embargo Petrolero por la OPEP en 1973.
La Robótica, la Informática y la Ingeniería Genética, que desarrollan los EEUU, Japón y Alemania, Francia e Inglaterra primero y luego otros países desarrollados (los Tigres asiáticos, China, India, la Comunidad Europea, Canadá, Australia, Rusia, Brasil, etc), invade al mundo de productos elaborados con tecnologías y poco trabajo humano. Esta realidad hace incompetentes a los países sin tecnología actualizada y los condena a ser productores primarios con desventajas en el intercambio.
Así, la caída del empleo y el trabajo se traslada de los países centrales desarrollados a los periféricos sin suficiente desarrollo. La caída del empleo obliga a establecer planes de ayuda por otras necesidades desempleo y a desfinanciar.
Este fenómeno expulsor y marginador del trabajo humano aún no ha llegado a sus máximas consecuencias. Existe hoy, sin embargo, una conciencia generalizada de sus resultantes de conflicto social en ciernes.
Desde ambos extremos de intereses de la cuerda en tensión, se trata de no ceder en el esfuerzo, esperando una solución que no le quite los logros alcanzados. ¿Cómo alcanzar una justa composición de intereses entre la tecnología (sin ideología, pero de graves consecuencias ideológico-políticas), y las necesidades laborales de cientos de millones de personas con “desocupación creada tecnológicamente”?
Este dilema, de características filosófico-morales, nos interroga. ¿Es lícito lucrar con la consecuente marginación y exclusión social?
¿No es indispensable regular legalmente el avance científico en la medida que genere daños sociales? ¿Corresponde admitir beneficios para algunos sectores que causen perjuicios a otros (en general de menor capacidad de defensa)?
Estas y muchas otras preguntas se demoran mientras unos enriquecen y otros empobrecen y mueren.
Una modernidad amoral no sirve y solo acarreará grandes dolores de cabeza y altos perjuicios, aún a los que hoy están favorecidos por la inconsciencia reinante.
* Diputado Justicialista (MC) Abogado – Asesor Gremial.