Por Oscar Lamberto | Lo conocí cuando llegué como diputado nacional al Congreso en 1985. Él presidía la comisión de Finanzas, una comisión importante, aunque bastante ignorada, que funcionaba en una sala pequeña y éramos muy pocos los que concurríamos regularmente.
Recuerdo que teníamos reclamos permanentes de depositantes de bancos quebrados durante la dictadura, de damnificados de la circular 1050, en general gente que había tocado todas las puertas y nadie los escuchaba.
La negociación de la deuda externa era un tema central en la política de esos años que, como una constante, golpeó a la mayoría de los gobiernos. Hubo un memorable debate sobre el tratamiento de la deuda, en el que la bancada justicialista planteaba la moratoria y el radicalismo una negociación que le permitiera acordar con el FMI, en el marco del plan económico conocido como Austral, que incluyó hasta el cambio del signo monetario.
Fue en ese debate cuando Raúl Baglini elaboró un teorema que se hiciera famoso, que decía que la racionalidad política es inversamente proporcional a la cercanía del poder. Hoy el teorema está en Wikipedia y figura en los programas de muchas cátedras universitarias.
Era la época del bipartidismo, lo que permitió que integráramos comisiones parlamentarias a eventos vinculados a las finanzas, las asambleas del Fondo Monetario, del Banco Interamericano, el Club de Paris, el parlamento europeo, que hiciera que compartiéramos viajes a Estados Unidos, Europa y Asia.
Los viajes son los momentos donde permiten conocerse mejor, hay tiempo para largas charlas, se comparten vivencias, se hacen bromas y se disfrutan las comidas. Raúl era un extraordinario gourmet que además de gustarle comer, sabía qué había que comer en cada lugar que visitábamos. Baste como ejemplo en un viaje a Bangkok, recién llegados, le preguntamos qué podíamos comer: “les recomiendo un restaurante italiano que el chef se llama Pietro”. Asombrados por la respuesta le preguntamos de dónde había sacado esa información. “De una guía de comidas de la ciudad que leí durante el viaje”. Cuando llegamos al restaurante nos recibió el mismísimo Pietro.
Un logro que exhibía con orgullo fue haber comido con el chef más famoso de España que integraba el trío de los mejores del mundo.
Sin desconocer nunca nuestras pertenencias partidarias, pudimos construir una amistad sincera, que jugó un rol importante en el funcionamiento del Congreso durante los mandatos que compartimos tanto en diputados como en el Senado.
Las reglas eran muy claras, las confrontaciones francas, sin golpes bajos, esas relaciones permitieron la sanción de muchas leyes que los gobiernos necesitaban y que los intereses partidarios mandaban bloquear.
Durante bastante tiempo compartimos la comisión de Presupuesto, donde yo era presidente y en otros momentos el que presidía era él, por pura casualidad del destino se había formado una comisión muy profesional, que era un verdadero estabilizador de los debates sobre temas económicos.
Raúl era un extraordinario orador parlamentario, estudioso y documentado, no exento de las vivezas y triquiñuelas de los discursos que suelen sorprender a la bancada contraria , aunque las afirmaciones sean poco verificables en el fragor de la sesión pero constituyen eficaces golpes de efecto.
A veces en el canal del Congreso veo algún debate, y compruebo cómo ha cambiado el Parlamento. Siempre creí que no solamente se debe ganar con el número levantando manos sino también con argumentos, y si bien rara vez se cambia un voto con el debate, los fundamentos son útiles para la interpretación de las leyes.
Hacía algunos meses que no hablábamos. Alguien me avisó que estaba enfermo. El aislamiento por la pandemia también contribuyó a la incomunicación. En esas ondas donde se comunican la vida y la muerte, anoche soñé con Raúl Baglini. Estaba comiendo un helado en una heladería en Callao y Posadas, seguramente su último helado. Esta mañana recibí un mensaje de Jesús Rodríguez, Raúl había fallecido.
La nota fue publicada originalmente el 03/01/2021 en Suma Política.